Pascual De Cabo
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Galería
Alicante, 1952
Lo figurativo constituye el punto de partida de su obra. A partir de él, su obra se mueve en todos los sentidos (impresionista, expresionista, realista, surrealista) y alcanza cotas de gran belleza. Sus obras llevan el sello de una personalidad artística acusada. Tanto desde el punto de vista de la composición como desde el punto de vista del colorido.
Pascual De Cabo no crea -en el sentido estricto del término- pero tampoco copia, sino que interpreta aquellos cuerpos, que se someten a la dictadura de su pincel.
Sus paisajes están impregnados del amor contemplativo de quien se acerca a la naturaleza, ávido de color. En sus retratos, en cambio, hay tensión. De Cabo contempla al ser humano desde una soberbia lejanía no exenta de ternura.
La ciudad no está presente en su pintura. Pascual es un asceta que busca ardientemente la soledad. En sus retratos, la expresión de soledad se trueca en la placidez. Celoso de su pintura, preserva sus sentimientos de cualquier influencia emocional cotidiana. En sus paisajes no fluyen sus sentimientos que podían convertirle en un mal remedo del romanticismo y, con evidente generosidad, le concede al paisaje captado en sus lienzos el derecho a mostrarse tal cual es. Él afirma que se identificó plenamente con el paisaje mallorquín.
Pascual De Cabo ha alcanzado fama como paisajista y quizás sea en el retrato en donde da más de sí. Si en su obra se decanta preferentemente por el paisaje, es porque éste le concede un mayor margen de creatividad. A la hora de pintar un paisaje, De Cabo no mira el cielo, mira la tierra. Sus pinceles se detienen, a veces, en aspectos parciales del paisaje pero que constituyen, por sí mismos, un prodigio de armonía y luz. A la legua se nota que plasma en sus lienzos lo que le sale del alma, aquello que cala hondo en su sensibilidad.